"¡Yo viá
quitarte el vicio de votar!"
No
siempre fue universal y secreto el voto
en Uruguay, aunque la célebre sentencia artiguista expresaba "Mi autoridad emana de
vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana".
Aldo Roque Difilippo
Actualmente
nadie discute que todos los ciudadanos uruguayos tenemos derecho a votar. Que
el voto además de obligatorio, es secreto, y nadie debe influir en la decisión de una persona cuando ingresa
al cuarto secreto. Pero no siempre fue
así. Es más, durante muchos años había
amplios sectores de la sociedad que estaban imposibilitados de hacerlo. Más
allá de la célebre sentencia de José Artigas: "Mi autoridad emana de
vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana" un reducido número
de personalidades, hombres cultos de las clases acomodadas, ejercían su
predominio relegando a la inmensa mayoría del país. Tal como lo expresa Real de
Azúa "una modalidad pudorosa de democracia censitaria, en la cual los
ricos y cultos (...) representaban al resto de la nación".
El
texto constitucional de 1830 excluía de la elección, y por consiguiente de
postularse a cualquier cargo, a sirvientes a sueldo, peones jornaleros,
soldados de línea, "notoriamente vago o legalmente procesado en causa
criminal", por "ineptitud física o moral" por "hábito de ebriedad", por no
saber leer ni escribir, por deudor fallido, o por ser "deudor del
Fisco". La edad mínima requerida eran 20 años, o 18 si estaba casado. Todo
esto para los varones, ya que las mujeres estaban excluidas de plano (recién
comenzarían a votar en 1932), con lo que se relegaba a la inmensa mayoría del
país.
En
Uruguay apenas si votaba el 5% de la población.
Rolando
Franco en "El sistema electoral uruguayo: Peculiaridades y
perspectivas" (1986) explica: "se suponía que tales personas se encontraban en una situación
de dependencia económica tal que no estaban en condiciones de expresar
libremente su voluntad política, lo que era bastante razonable, si se piensa
que el voto era público". Como dato ilustrativo, en 1887, sobre 648.297
habitantes, votaron 34.497, lo que representa el 5,32% de la población; pero el
sistema electivo tenía otros elementos que aportaban de todo menos
transparencia a los comicios.
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Foto: Jefatura de Política y de Policía de Soriano, año 1910, el centro de poder político en el Siglo XIX y principios del XX. |
Los gatos y el fraude
Durante
muchos años los uruguayos votaron mediante la balota, un sistema que se
prestaba para todo tipo de artilugios.
Frente
a la Catedral
o la Iglesia
del lugar se instalaban las urnas, donde concurrían los votantes. Previamente
al sufragante el Registro Cívico Nacional le expedía la "balota", un documento
donde figuraban sus datos, pero que carecía de foto e impresión dactilar. Esto
ocasionaba diversas irregularidades, donde era común la intervención de los
"gatos", individuos al servicio del partido dispuestos a votar con la
"balota" de otro sufragante. El voto era cantado, y debía
manifestarse a "viva voz". Esto facilitaba la coacción de las
personas.
Los
jefes políticos de cada departamento, elegidos por el Presidente, ejercían su
poderío en la región, haciendo cumplir las órdenes recibidas del Poder
Ejecutivo. "Jamás en época alguna se ha extremado, como en el presente el
abuso y el fraude", denunciaba Juan José Herrera. (1)
Fraudes
evidenciados en un cable de las autoridades de Mercedes a sus subordinados, en
las elecciones de 1888: "Cueste lo que cueste, ha de triunfar el candidato
del Presidente, porque así lo ordena éste telegráficamente".
Washington
Lockhart (2) relata un hecho donde el caudillo Pablo Galarza hizo pesar su
poderío: "les habló desde la puerta sin siquiera sacarse el sombrero. 'No
vengo aquí a imponerme, pero vengo a manifestar que acabo de recibir telegrama
del Presidente de la
República, ordenándome haga triunfar la lista del General
Galarza(!), cueste lo que cueste. Yo me retiro. Ud. queda ahí, General, para
hacer cumplir la orden", recién sobre las 11hs. pudieron retirarse los 5
integrantes del Colegio Elector, desafectados a las orientaciones del
Presidente, tras acatar la orden.
Con
asombrosa capacidad de síntesis resumió esa filosofía de mando un comisario
mientras molía a un paisano con el plano del sable: "Yo viá quitarte el vicio de votar!" (3)
Daniel
Muñoz ("Sansón Carrasco") escribía en "La Razón" en 1893:
"Ya no se repara en nada. Nada importa que el aspirante a elector solicite
su papeleta en italiano o en ruso, ni que el postulante haya dejado apenas de
ser párvulo, ni que el mismo individuo se presente ocho o diez veces llamándose
una vez Pérez, otra Rodríguez, otra Fernández y dando tantos domicilios como
nombres. Bástale al funcionario saber que el extranjero o el impúber o el
Proteo responde a la combinación electoral de sus simpatías para que le expida
credenciales de ciudadano, certificado con su autoridad que vive donde sabe que
no vive, y que se llama como tiene la convicción de que no se llama".
Estas
arbitrariedades pautaron el surgimiento del caudillismo. En el interior
comienzan a fundarse los clubes políticos (en 1896 existían 25, en la mayoría
de los departamentos de la campaña), difundiendo el pensamiento opositor.
En
la década de 1880 se hizo cada vez más apremiante la necesidad de protección,
especialmente en las regiones apartadas del país, ante los atropellos de la
autoridad.
Hacerle la vida imposible
Muchos
de estos actos de prepotencia han quedado en el anonimato, pero como lo cita
Enrique Mena Segarra, poco antes de 1897 "un par de infelices fueron
retobados y arrastrados con caballos por un comisario". Desde el poder se
impartían órdenes tajantes. En 1894, Miguel Herrera y Obes, Ministro de
Gobierno de Idiarte Borda, hizo circular una orden a los Jefes Políticos:
"La autoridad policial debe hacerse temer con severidad inexorable del
malhechor que perturbe la autoridad y lleve la amenaza y la alarma al seno
pacífico de nuestros habitantes (...) Los Jefes
Políticos no tienen ya que combatir ni destruir influencias del
caudillaje, que están felizmente muertas".
Al
"mal pelo" agrega Mena Segarra "es sencillo hacerle la vida
imposible: una vez sabido que se atrevió a votar contra la lista del Jefe
Político, se le puede acusar falsamente de abigeato, provocarlo para después
meterlo en el cepo como castigo de su reacción, atentar contra su propiedad; si
se decreta la leva ser el primero en
caer". Así se vuelve a producir el nucleamiento espontáneo alrededor del
vecino de prestigio, "generalmente estanciero, siempre que posea
condiciones de líder, pues su posición económica le brinda mayores medios de defensa".
Los
"gatos" jugaban su papel importante en las elecciones. Éstos
brindaban sus servicios al partido, presentándose a votar con identidad falsa.
Milton
Schinca (4), describe una de estas situaciones, que adquiere ribetes jocosos:
"En cierta oportunidad, por ejemplo, se presentó un "gato" ante
una Mesa Receptora, dispuesto a votar con la balota de un cura. El hombre
aparecía bastante mal trajeado y con un rostro desapacible, que hacía pensar
más en un malandra profesional que en un sacerdote. Cómo sería la facha que los
de la Mesa
entraron a sospechar que allí se les quería pasar "gato" por liebre;
recurrieron a sus registros y el Presidente fue leyéndolo en voz alta:
-¿Oriental?
-
Así es.
-¿39
años?
-S¡,
señor.
-¿Soltero?
-Soltero.
-¿Presbítero?
Apenas
si un relámpago de duda cruzó por el "gato", pero al momento contestó
con perfecto aplomo:
-Si,
por parte de madre".
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Notas:
(1)"Después
de Artigas", Eduardo Acevedo, Monteverde, 1943.
(2)
"Vida de los caudillos: los Galarza", Washington Lockhart, Banda
Oriental, 1968.
(3)
"Aparicio Saravia, las últimas patriadas", C. Enrique Mena Segarra,
Banda Oriental, 1981.
(4)
"Boulevard Sarandí", Milton Schinca, Banda Oriental, 1992.
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